Es probable que a todos nos haya ocurrido alguna vez: nos venden gato por liebre y quedamos presos en la mentira sin siquiera saberlo hasta tiempo después, cuando esos zapatos que prometían un cuero duradero comienzan a flaquear. O bien el acabado metálico y a la moda se raya con una o dos caminatas.
¡Puedes sentirte tranquilo! Es algo frecuente y no te ocurre sólo a ti. Es difícil distinguir la efectividad de ciertos materiales, el tipo de fabricación y la calidad en general de un zapato si no se tiene ojo clínico. Uno debería tomar un cursillo básico para así poder estudiar los zapatos antes de comprarlos pero sería demasiado, ¿no? Pero al menos podemos tener en cuenta las características de algunos materiales de fabricación que si son de mala calidad pueden devenir en catástrofe segura.
Uno de estos casos es el del charol, un material que puede verse muy sofisticado si es de calidad o bien rozando lo mundano si parece un plástico cualquiera. El secreto del charol está en su proceso de fabricación. Veamos:
El charol no es otra cosa que cuero que ha sido recubierto con un barniz o laca. Todo para lograr una superficie espejada y brillante. El barniz puede estar pigmentado y es común que contenga aceite vegetal, derivados celulósicos y productos sintéticos como el plástico. Pero además hay otro requisito, para que el material pueda ser clasificado como charol el revestimiento debe tener un grosor que no supere los 0,15 mm.
Cuando no se respetan estos pasos es cuando aparecen en escena esos zapatos que lejos están del delicado charol. Ocurre porque en lugar de laca o barniz se utiliza una hoja de plástico preformado, por lo general de PVC y además se superan el límite de los 0,15 mm, un factor clave a la hora de aportar delicadeza.
Por último, también está el charol laminado o charol chapado, que es un cuero revestido con una hoja de plástico cuyo grosor supera los 0,15 mm pero a su vez en inferior a la mitad del grosor total del material acabado.